Sobre la educación actual
Hace algo así como veinte años que he dejado de ser profesor. Lo fui de introducción a la ciencia política, de teoría del estado, de metodología del conocimiento científico y de metodología del análisis político; aparte en un secundario de adultos,-materias del área de las ciencias sociales. He sido profesor, con título habilitante, durante diez años, pero no fui docente. Es decir, no tengo ni idea de esos temas pedagógicos, ni de psicopedagogía, ni he hecho cursos de perfeccionamiento docente y ni mucho menos la carreraza de la docencia. Y me alegro mucho de no haber entrado en ese asunto.
Los dinosaurios se extinguieron al parecer y según mi opinión, no por el meteorito que cayó hace 65 M. de años en el Caribe, ni porque por alguna hambruna, consecuencia de aquello, sino por estar incapacitados para sobrevivir a un medio ambiente cambiante, por no tener capacidad de adaptación.
Lo mismo pasa con algunas instituciones nuestras, como por ejemplo la justicia, cuyos cambios estructurales para ajustarse a una realidad que sufre cambios vertiginosos, apenas se notan.
Lo mismo pasa con la docencia. Por ahí hay un dicho que dice que las instituciones se deben a su origen. Pues el origen de la educación argentina ¿no fue Sarmiento? (Colegio Militar, Escuela Naval, Zoológico y Botánico), y bueno, ahí está el meollo de la situación.
¿Para que sirve la educación argentina en todos sus niveles?. Una vez hablando con Frondizi, que recién venía de EE.UU., me comentó sobre una charla que tuvo con el general Vernon Walter, quien le dijo que en ese país consideraban a la Argentina como una abstracción, que los argentinos éramos abstractos. Me quedé pensando en eso y llegué a la conclusión que sí, que era cierto: todo lo que estudié fueron papeles (con excepción del jardín de infantes), con ninguna aplicación práctica. Jamás un laboratorio de química, jamás un gabinete de física, jamás supe para que servía un logaritmo, ni las funciones y ni los integrales (nivel universitario). Seguí pensando y me pregunté ¿cómo es posible que en Tucumán haya quienes se estén muriendo de hambre), la respuesta es obvia (no para los docentes tucumanos), porque no les enseñan supervivencia, o al menos plantar lechugas, que al mes ya se pueden cosechar. También me pregunté ¿Por qué cuanta etnia que anda yirando por el mundo, llega a la Argentina y se convierte en propietarios y nuestros criollos son sus empleados, la respuesta que me doy es que no se enseñan cosas prácticas, como por ejemplo, la instalación de un comercio. También me pregunté, ¿qué se enseña en las universidades? Y ¿cuántos son los autores argentinos que estudiaron la realidad nacional en forma creativa? ¿acaso los libros universitarios no son de autores extranjeros o refritos hechos por argentinos?. Me decía mi médico cardiólogo (diploma de honor e investigador de Harvard) que la carne de vaca tiene más grasa que la de cordero y sí, es cierto… la carne de vaca francesa, no la nuestra que es de rodeo. Ni hablemos de quienes se reciben de economistas, donde casi todos los autores son norteamericanos, ingleses, franceses y alemanes ¿y nosotros qué? Así nos va.
Hace más de cuarenta años, un abogado era una persona culta, porque sabía fundamentalmente el derecho romano y un poquito más que haya leído, sabía entonces, la Biblia, Grecia y Roma y alguna que otra cosa germana. Era un hombre culto y se pavoneaba con chaleco y cuello duro.
La realidad en estas cuatro décadas cambió tanto, que no fue acompañada por toda la estructura educativa. Se habrán actualizado algunos datos, pero la estructura sigue igual. Enseñar supervivencia, enseñar lógica, enseñar estrategia, enseñar a razonar ya desde los seis años es imperioso, pero ¿quiénes lo harán?, ¿los trabajadores de la docencia, como se decía en la época de Cámpora?. El planteo queda abierto, sólo sé, que hoy, en el 2007, estamos cosechando los frutos de décadas de una formación enciclopédica poco arraigada en la realidad argentina. Quizás esté equivocado y que en cambio existen en forma masiva excelentes profesionales; una juventud divina, unos deportistas para idolatrar y, sobre todas las cosas una población con férreos valores de patriotismo, de dignidad y de honestidad.
Ricardo Molina